Nos hemos enterado por distintos medios de que Pablo Iglesias se ha asociado a un poeta y un cantautor para abrir una taberna en el barrio de Lavapiés. Se va a llamar Garibaldi, en homenaje a Guiseppe y al batallón de las Brigadas Internacionales del mismo nombre que combatió en España durante la Guerra Civil. Después de lo que cuenta Zygmunt Stein, brigadista húngaro de origen judío, en Mi guerra de España, igual rendir honor a Garibaldi, por lo que sea, tampoco es necesario.

Será un local «sólo para rojos», como confesó al ínclito Willy Veleta (coleccionista de huesos). Porque «las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado», según Kautsky. ¿Y qué es lo que necesita un rojo proletario de hoy? Pues la enésima neotaberna instagrameable, como la que montarían dos amigas de las que salen en las páginas finales de ¡Hola!, por ejemplo una decoradora de interiores y una diseñadora con buen gusto heredado de la abuela Clotilde, vizcondesa de Cabra Alta y musa de Balenciaga, pero en modo parque temático comunista cool. En el caso de Iglesias, ni él ni sus socios han pasado por St. Martins, tampoco han estado de año sabático en Nueva York y no son antiguos compañeros de «embiei» (MBA). Sin embargo, hablamos de un cantautor, un poeta y un asaltante de cielos: el pedigrí rojo del proyecto está fuera de toda duda. Y luego lo de Lavapiés: es una buena localización para conseguir una parroquia cautiva y desarmada.

Con la apertura del local, imagino a Iglesias contestando a la prensa como lo hacen las niñas del ¡Hola!:

—Pablo, ¿cuándo comenzó tu afición por la hostelería?

—A pesar de haber estado rodeado siempre de una familia súper creativa y a la que le encantaba alargar la sobremesa contando anécdotas fraperas, a mí este mundo tardó en llamarme la atención, pero creo que hemos creado un concepto súper chulo. ¡Hasta la victoria siempre!

—¿Cómo definirías tu cocina?

—Rebelde y con un toque fusión.

Y así es. En la carta podemos encontrar el mojito «Fidel», el negroni «Gramsci» —¿dónde irá el negroni que no are?— y las enchiladas «¡Viva Zapata!»

Echo en falta una smash burger «Bastilla» con pan de brioche y queso brie, el ceviche «Allende», los baos «Ho-Chi-Min» y las gyozas «Dien Bien Phu». Y oigan, puestos a dar ideas, podrían crear un cóctel sin alcohol, por ejemplo el «Glasnost» (coco-plátano-piña), y poner en marcha el brunch «Pacto de Varsovia», que consistiría en tomar un poco de todo lo anterior, pero sólo los fines de semana.

Esto abre una serie de posibilidades casi infinitas. Imaginen ahora la taberna «Libertad» —financiada por Patreon— con sus fingers de pollo «Patriot», sus aros de cebolla «Nordstream», sus patatas «tri loaded Leopard», su hamburguesa «Don’t tread on me» y, como cóctel estrella, el «Kiyv Mule» o el «Bush» (mezcla de cuatro alcoholes de fuerte gradación que entran mejor acompañados por un coulant —con su centro líquido— Popper ).

Si a la taberna «Libertad» la llamáramos «Libertad sin ira», los combinados serían tipo «Spanish 78», los sandwichitos «Consenso»  y la happy hour pasaría a llamarse «Fiesta de la democracia».  El delirio podría continuar ad aeternum.

Iglesias, quién nos lo iba a decir, ha desarrollado un modelo de negocio escalable, una start up. Estamos a nada de verle en el claustro del IE.